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Saturday, May 07, 2005

Tenancintla



La enfermedad se la comía por dentro, ambas lo sabíamos. El médico habló con ella ayer tarde, en un tono poco convincente me dijo que todo iba bien y que pronto la enfermedad cedería.

Cuando llegamos a su casa, ella se sentó en el sofá exhalando profundamente mostrando su cansancio, de manera informal casi infantil me pidió que la acompañara a Tenancintla el fin de semana.

Pensé, esta mujer debe de estar loca, han de ser las medicinas que toma la han trastornado. El viaje nos representaría estar sentadas en un autobús por ocho horas. Su cuerpo últimamente lucía más débil que nunca, yo dudé que ella aguantara el viaje.

Cuando le pregunté, cual era el interés de ir a aquél lejano lugar, me contestó que había escuchado era un pueblito muy pintoresco clavado en la Sierra, que el aire era fresco, que la atmósfera del lugar era lenta, justo lo que necesitaba para terminar de sanarse.

Ante mi primer rechazo ella insistió diciéndome que celebraríamos que estaba tan pronta a recuperarse, fui incapaz de decir no. En contra de mi voluntad y cargando con la responsabilidad de ella acepté hacer el viaje.

El viernes por la mañana pasé por ella a su casa y tomamos un taxi hacia la estación, llevábamos poco equipaje, una mochila en nuestras espaldas, me daba la impresión que tarde o temprano ella se rompería ante el peso de la mochila, que aunque liviana era suficiente para hacerla sudar.

Esperábamos el camión, ella estaba emocionada como una niña, todavía se podían ver en sus enflaquecidos brazos las marcas que dejaron el suero y las miles de inyecciones que había recibido. Ella miraba insistente por las grandes ventanas de la terminal esperando el arribo del camión.

Sentada abrazando su bolsa comenzó a toser un poco, al principio no hice caso, su tos rápidamente se convirtió en un impulso incontrolable, tosía y tosía sin poder respirar, su rostro enrojecía, sus ojos parecían saltar de sus órbitas...en cuestión de segundos todos en la estación nos miraban sorprendidos, ella agitaba sus brazos tratando dando la impresión que pronto pasaría.

Tomé mi botella de agua y se la ofrecí, ella tomó unos cuantos sorbos lo que ayudó y en cuestión de minutos su roja cara sonreía aliviada. Yo estaba enojada de mi flaqueza de no poder decir que no, este viaje era una estupidez, me sentía preocupada, ella debería de estar en casa descansando y no aquí esperando hacer un viaje tan difícil.

Sin más le dije: - No podemos ir, no podemos ir contigo así. Ella muy hábilmente no reaccionó ante mis palabras. Yo no me atreví a tocarla, pero la hubiera agarrado del brazo y me la hubiera llevado a rastras a su casa. Ella sólo me dijo: - No te apures ya me siento bien, el viaje va a estar bonito. Traté por todos lo medios de persuadirla de que esta idea era una locura, pero no tenía la fuerza en mi corazón para ponerme más enérgica, pensaba que tal vez éste sería nuestro último viaje. Algo me decía que debía de hacer lo que ella quisiera, sí por lástima, odiaba admitirlo, pero todo lo hacía por lástima.

No me podía imaginar por lo que ella estaba pasando, el aferrarse a la vida con garras y dientes, el querer hacer un estúpido viaje que lo único que le traería más dolor y más cansancio.

El camión se asomó por el gran ventanal, éste era el momento decisivo, si abordábamos el autobús no había vuelta de hoja. Ella ni siquiera me miraba, no quería que mi mal humor le estropeara su aventura, casi dos años en el hospital si pueden tener efecto en tu alma.

Insistí en que fuéramos tal vez a otro lugar a la playa podíamos ir en avión, pero ella esta determinada a ir a Tenancintla, no hubo poder humano que la hiciera cambiar de opinión, era determinación era la que la tenía viva, los doctores no se explicaban como estaba respirando todavía.

Cargó su maleta con una sola mano, jamás la había visto hacer eso ni siquiera cuando estaba sana. Yo tenía ganas de salir gritando, estaba a sólo unos minutos de abordar el autobús con ella, no quería pensar en lo que le podía pasar durante el viaje. No conocía el lugar ni siquiera sabía si había un hospital o una clínica cerca, qué irresponsabilidad me decía a mi misma.

Faltaban 20 minutos para irnos, decidí que iría a la farmacia afuera de la estación para comprar más agua, ella se rehusó a acompañarme no quería correr el riesgo de perder el camión, se quedaría ahí para cuidar que no nos dejara.

En el camino a la farmacia no podía callar mi cabeza, me gritaba que no debíamos abordar el camión que debía llevarla a su casa a donde necesitaba estar. Tomé del refrigerador dos botellas de agua y pedí unos analgésicos más pensando en mi, estas medicinas eran como caramelos para ella ya no le hacían nada. Tomé una revista de chismes del anaquel para tener en que distraer mi mente durante este estúpido viaje, no lo había comenzado y ya lo empezaba a maldecir, esto era mala señal. - Ya estuvo de tonterías, pensé. Determinada a no tomar el camión. Esta era la claridad que necesitaba, mi sentido común por fin había tomado el mando. - No vamos a tomar el camión y punto, aliviada de la decisión busqué otra revista para leer en casa.

Un hombre miraba las revistas y me miraba a mi, era un hombre moreno y alto, sentía su mirada insistente, sentí que otro hombre entró en la farmacia lo supe por el sonido que produjeron sus zapatos.

Las cosas que llevaba en las manos cayeron al piso cuando el hombre que tenía a mi lado me tomó por sorpresa, me ahorcaba con su brazo derecho y me apuntaba la cabeza con su mano izquierda, podía sentir el frío metal de su arma en mi sien. No salían las palabras de mi boca, estaba demasiado asustada, pero me imaginaba que querían el dinero, era temprano para que los ladrones hicieran un buen botín.

La empleada con su bata blanca y los ojos llenos de miedo abrió la caja registradora y sacó unos cuantos billetes, no eran ni tres cientos pesos, el hombre que recibió el dinero exigió que le diéramos lo que traíamos, éramos tres en la farmacia, unas cuantas baratijas de oro y como doscientos pesos en efectivo, no sé que esperaban pero gritaba de furia al ver el mediocre botín.

Sentí un soplo ardiente en mi cabeza...cuando caía al vació escuché lo que decía el hombre: “"Tomen pendejos para que aprendan a traer dinero la próxima vez”" fue lo último que oí.


Fabiola
Mayo 2005

2 comments:

Julio Castro said...

Buen mensaje, la mujer mas preocupada por la fragil vida de su amiga, pero al final se enfrenta con la realidad de que en general la vida es fragil y se puede perder en cualquier momento. Yo diria que lo leas otra vez, aun tiene algunos errores producto del teclado yo creo.

El Chukustako Tiroleiro (¡ajua!) said...

Excelente relato

Que día es hoy?